La vida me ha llevado a transmitir el Yoga desde la propia experiencia, comparto desde el corazón y no encuentro palabras para describir la gran admiración y respeto hacia esta Filosofía. El sentido de todo es compartir lo que a mí tanto me ha ayudado.

Nací y me crié en los Pirineos rodeada de montañas. De pequeña me sentía muy libre, conectada a la grandeza de la naturaleza y en paz. Mi abuela fue la luz de mi infancia; ella me enseñó a vivir en sincronía con las estaciones del año, a respetar la tierra que pisamos, a responsabilizarnos y a amar a cada ser por diminuto que sea.

A los catorce años entré a formar parte del Equipo Nacional de Snowboard al que pertenecí hasta empezar mis estudios universitarios. Durante esos años viajé con el Equipo por todo el mundo entrenando y compitiendo. El mundo de la alta competición implica mucho esfuerzo, disciplina, objetivos claros y ser fuerte para soportar la presión. Cuando compites a estos niveles aprendes que no hay peor rival que uno mismo y de la intuición nace desarrollar herramientas para bajarle el volumen a esa voz interna que dice “no puedo”, cuando te expones a tus propios límites descubres que existe una fuerza interna tan potente que te permite seguir incluso con dolor físico. Resultó un gran trabajo de autoconocimiento ya que en los malos momentos sale lo peor de uno.

La presión y la competitividad del mundo del deporte de élite sumada a la que yo misma me imponía y mi perfeccionismo me jugaron malas pasadas que arrastré hasta acabada mi carrera como deportista. Empecé a practicar Yoga porque me hacía sentir muy bien física y mentalmente, la alta competición siempre deja recuerdos en forma de lesiones en el cuerpo y la práctica fue la mejor manera de rehabilitarlo. Poco a poco lo físico fue pasando a un segundo plano. 

Estudié Derecho y un Máster en Cooperación y Derechos Humanos con el anhelo de ayudar a los demás. Después de trabajar en varios proyectos en Costa Rica surgió la oportunidad de hacer mi primera formación de doscientas horas en Yoga. Lo que iba a ser un mes de profundización para mí terminó abriéndome las puertas a compartir esta Filosofía. Después de otra formación de quinientas horas en Barcelona conocí el Método Jivamukti Yoga gracias a quién hoy es mi mentora: Maria Macaya.

Jivamukti me dió la luz que le faltaba a mi práctica, despertó el compromiso real y me ha hecho entender que el Yoga te eleva a eso “ más grande” que permite responder preguntas para las que la terapia no tiene respuestas.

Maria Macaya me animó a realizar la formación del método Jivamukti y en 2019 me fui a la India. Pasé un mes en un Ashram, practicando todos los días, meditando más que en toda mi vida. La experiencia no fue placentera ya que por primera vez me enfrenté a mi lado más oscuro. India me acercó al máximo a lo que es realmente esta filosofía sin adornos y pude comprender e integrar las enseñanzas como no lo había hecho hasta entonces.  

Hoy me dedico a compartir lo que a mí me sirve, el Yoga como práctica espiritual, como luz que ilumina esas zonas oscuras que todos tenemos, como camino que he elegido para vivir la experiencia de la vida y me permite relacionarme con los demás. Veo en el Yoga una manera de seguir al servicio de los otros pero de una manera más directa y humana.

Transmitir desde el corazón no es algo forzado, sale de la sinceridad, de la propia experiencia y esto es el regalo más grande y el motor que me hace seguir cada día con entusiasmo.